Queride amigue:
Hace rato que no te escribo. No me olvidé de vos. La vida estuvo un poco quieta, o algo así. En realidad, me estuvo pasando de todo. Fue la pluma la que estuvo quieta. A veces una simplemente no quiere dar malas noticias. Una se cansa. Pero hoy necesitaba escribirte. Hoy es un día importante.
Ayer en Twitter me crucé con una que decía que los argentinos no tenemos identidad ni rasgos culturales propios. Una loca se dió a la tarea de hacer una especie de Argentinidad al palo y empezó a enumerar: el mate, Messi, el truco, qué sé yo. Y yo pensaba: la memoria. ¡Vivimos en el país de las madres y las abuelas! Vivimos en el país de la Identidad en mayúsculas.
De todos los rasgos culturales, de toda nuestra identidad, no hay nada que me conmueva ni me enorgullezca más que la insistencia por recordar a las víctimas del período más oscuro de la historia reciente de nuestro país. Me pone triste pensar que hay gente que la niega, gente que decide entrecomillar la palabra DESAPARECIDO. Pero somos tantos, miro alrededor y somos tantos quienes no queremos torcer el brazo ni dejar de sostener la llama, que no se apaga nunca, de las personas arrancadas de sus vidas en nombre de una liberación falluta.
Hoy pensaba en la importancia de todo esto. El tiempo pasa, la memoria se licúa, hay que hacer un esfuerzo activo, una memoria activa. Un acto de resistencia permanente que no permita que vuelvan a matar a nuestros muertos. La reivindicación de nuestras madres y abuelas. La lucha de los caídos como una bandera que también sea manta en el frío de las noches más frías. Contra el olvido, contra el neoliberalismo, contra el fascismo, contra la muerte misma.
Pasé toda la mañana seleccionando poemas de poetas desaparecidos y desaparecidas. Lo hago todos los años, los siento cerca leyendo sus palabras. Me gusta leerlos a través de ellos mismos y también me parece que, para conservar la memoria, para transmitirla a las nuevas generaciones, para contrarrestar las mentiras de quienes quieren instalar una guerra: ¿Qué mejor que humanizarlos, que darles voz?
¿Cuánto daño puede hacer un poeta? Los milicos no tenían capacidad de comprensión de metáforas, eran como algorítmicos para prohibir. Como si no pudiera hacer daño lo que no se entiende. Como si hubiera posibilidad de que las palabras fueran estériles. Las palabras no matan, es verdad. A veces. Las palabras no se esgrimen como espadas, es verdad. Pero a veces pueden despertar revoluciones. Son lentas algunas, interiores. Instalar el germen de la desobediencia puede tardar siglos, puede no pasar nunca. Pero ¿cómo se recuerda lo que no se vivió? A través de los relatos de los que sí, puede ser. Pero también hay que sostener esos relatos vivos, porque si no, ¿qué pasará cuando no quede ninguno? Y va a pasar, amigue. La vida es finita. La necesidad de mantener esta llama viva para evitar una nueva oscuridad asesina es urgente y será urgente siempre.
Enciende los candiles que los brujos
piensan en volver
a nublarnos el camino.
Mi educación judía me dejó muchas cosas hermosas, que trato de sostener en el presente. Una de las más hermosas es una frase de la torá: tzedek, tzedek tirdof. En español es JUSTICIA, JUSTICIA PERSEGUIRÁS. Generalmente la recordábamos, en contextos escolares, cuando los aniversarios de la shoá, o de AMIA. Pero mamá también la decía mucho. Ahora nos toca a nosotres, me parece, amigue:
Justicia, justicia perseguiremos. Vivimos en un país que enjuicia y encarcela represores, asesinos, apropiadores. Nos toca defender ese legado pero también entender que perseguir a la justicia no se trata de hacer prisiones. Se trata de conservar a la memoria que nos librará de un futuro de figuritas repetidas. Justicia, justicia persigamos. Sin olvidar, sin reconciliar, sin dejar de conmovernos por los 30400 presentes. Ahora y siempre.
Abrazo amigue y si vas a la plaza: protector solar, agua, frutas, el abrazo del pueblo y al pueblo, a las madres, a las abuelas.
Ga.
hermosas palabras