Oráculo para parir monstruos
Una conversación, una carta, un libro prestado. Oráculo y espejo: la idea toma cuerpo cuando una amiga te escucha decir lo que no sabías que pensabas
Un viernes cualquiera voy a la casa de mi amiga Cami. Tomamos unos mates al mediodía, hablamos, estamos en silencio, escuchamos música, fumamos, calentamos más agua y seguimos hablando. Cami es artista, me gusta ver lo que hace y me gusta escucharla pensar, y en eso le pregunto por sus obsesiones y ella me pregunta por las mías: hablamos de cosas que nadie puede entender porque son muy propias, y sin embargo también son universales y hay puentes que pueden cruzarse entre esos mundos propios para ubicar un punto, una suerte de sala de estar con un diván en el centro, en el que una dice y otra escucha pero las dos son la misma y las dos son nadie y todo puede interpretarse en sentidos múltiples, en fin, amistad y espejos. Hablamos de locura y de arte y de terror y de pasiones y de Carl Jung y hablamos de cosas mundanas, habitando una conversación espiralada que podría llevarnos al fondo de cada una.
Un espejo roto. Fragmentos de un espejo roto sobre la pared y Volcán, un gato naranja, panza al sol, las patas delanteras tapando partes, gato modelito en una caja de cartón entre las plantas. En este escenario empieza mi novela. Eso pienso todo el tiempo. La novela que estoy escribiendo empieza acá pero adentro, entre los pisos de madera que podrían ser academia de danza, entre oráculos y espejos, entre laberintos invisibles, entre cuadros de cabras con coronas de flores, entre tablas y caballetes y pelotas de yoga, una ronda de cinco amigas que termina en qué.
Ahora lo sé.
Pero antes de saberlo pasa lo de siempre. El pensamiento rumiante, a solas; el mundo propio puesto en común que trae lo suyo para empujar algo que está ahí, como adentro de un útero, queriendo emerger a la superficie, rascar, nacer. Entonces Cami me escucha y hace dos cosas. Primero saca el oráculo, y la carta que saco habla de arquetipos y habla de mis preocupaciones artísticas, incluso si yo no creo en oráculos pero sí en arquetipos y sí en lo que mi amiga me puede ofrecer como interpretación porque creo que la amistad y lo que espeja la amistad es una forma de existir en el mundo. Hablamos de tarot. La segunda cosa que hace Cami es prestarme un libro, uno que solo conozco por partes y que quiero leer hace rato.
Vuelvo a casa con Memorias de Abajo, de Leonora Carrington.
El lunes después, con el libro sobre la mesa, taller de Robi. Leemos y charlamos sobre lo que leímos, estímulo y sensación de estar en casa (estoy en casa). Una de mis compañeras dice que leyó recientemente Memorias de Abajo. Muestro el libro como una niña que reconoce un patrón: hay algo mágico que sucede cuando el universo se afana por dialogar con nosotras. Yo todavía no empecé el libro: estoy leyendo a Liliana Heker y después voy a leer a Robi y después a Gillian Flynn y cuando termine voy a empezar a buscar el camino hacia Abajo.
Lo leo en una tarde. Son pocas páginas, pero además estoy como hipnotizada. Leo y pienso y releo y repienso, Carrington traza una experiencia profundamente dolorosa con una magistralidad surrealista que se ancla en mi cerebro como una semilla dormida. En vez de narrar el trauma lo disfraza o nombra el disfraz que su mente le puso para convertirlo en otra cosa. Es una experiencia estética y resuelve el conflicto de uno de los arcos de mi novela: descubro que el recurso está ahí, y de pronto el préstamo del libro es oráculo también.
Los hechos son hechos y son la verdad, pero el relato de un hecho es también la verdad, incluso si contradice a la experiencia. Desde la más pura subjetividad emergen verdades que, aunque no universales, son. El delirio es la verdad incluso si transforma la experiencia, eso que es realidad, la percepción pura. Los hechos son hechos y el ojo que los ve les pone un nombre, la mano que los comete les da un motivo, la voz que los cuenta adjetiva, y sin embargo están ahí y ninguno miente.
Mi novela estaba ahí, temerosa de ser abandonada. Escribir es un hecho solitario, pero hay cosas que hacemos a su vez, como tomar mates con una amiga, que mueven la experiencia creativa desde otro lado. Arman resonancias y empujan al monstruo que quiere abrirse paso desde ese algún lugar, cálido como un útero, que parece único hogar posible hasta que la cosa tiene un cuerpo.
Desde ese viernes, todas las noches me duermo pensando en lo mismo.
Todos los días escribo. Me peleo con esa cosa que quiere ser y no sabe cómo y me mira con cara de espera. Me seduce: hacé lo que quieras conmigo. Pero es maldad pura: sabe que no depende de mí.
Entonces borro y vuelvo a probar otra cosa, se acumulan versiones y borradores y archivos con estructuras y las voces toman forma. Empiezo a conocerlas.
El monstruo late, se expande, se hace mundo: es una génesis y yo no soy más que testigo y notaria.