Todo lo que se pudre forma una familia
Una revelación: estoy duelándome. Estoy duelando un yo que ya no soy, estoy duelando a un yo que sufre y se sumerge en la oscuridad y encuentra en el dolor el olor de su hogar. Un nuevo yo emerge o emergió hace tiempo pero ahora soy consciente y me estoy desprendiendo de la piel anterior. Aunque sea una buena noticia, duele. No es fácil sacarse un órgano y reemplazarlo por otro, en general hay que tener anestesia, reposo, un blíster atrás de otro de pastillas de colores, marihuana, amor, una cama cómoda.
El problema: no sé quién soy. No sé quién soy si no soy esa y no sé qué dar si no pido, si no sofoco, si no me hundo en mí misma una y otra vez para que me vengan a buscar. La pulsión de vida, el deseo, el goce se me infiltra por todo el cuerpo y no me hallo, no me reconozco al espejo si soy feliz. Estoy duelando al yo que se deja conmover por la muerte hasta el punto de fascinarse y buscarla en cada esquina, un yo que le escribe poemas a la muerte y son poemas eróticos, un yo que se calienta solamente con palabras, un yo que funciona en comunidad cuando es víctima de sus propias circunstancias.
Pero una pulsión y la otra pulsión pujan y pujan y pujan y aunque la vida es mi elección la otra es puta, me seduce y sabe cómo y yo voy, vuelvo, voy, vuelvo, me recuerdo a mí misma que no quiero ser eso pero me miro al espejo y no sé quién me devuelve la mirada, me pinto los labios de un rojo furioso y no puedo escribir y lloro y creo que estoy buscando activamente pero resulta que no es eso, resulta que estoy luchando con uñas y dientes y que voy ganando y que para soltar del todo a la muerte que okupa mi alma tengo que duelarla primero y no es tan fácil porque es más invisible que un cuerpo.
Duelarme y seguir viva, buscarme para perderme y llegar al fondo de mí, renovarme y conocerme y bancarme las consecuencias de preguntarme si me gusto ahora que yo soy yo y no soy quién era. Preguntarle a mis amigas qué ven en mí y saber que lo que yo veo en ellas es grandioso, que si siguen pululando a mi alrededor quizá algo estoy ofreciendo a pesar de haber dejado de ser esa, la de las persianas bajas y las paredes desnudas y las canciones tristes y el llanto corriendo negro de delineador barato por la cara áspera. Duelarme y reconocer en la muerte la capacidad de mutación, distinguir lo perpetuo de lo fugaz y entender que una vida edificándose sobre estas bases no es una vida de cero: es una vida orgánica. Todo lo que se pudre forma una familia según Fabián Casas y mi familia ahora mismo es enorme por momentos pero también soy solo yo: todo lo que se pudre me conforma y vuelve a vivir, me hace avanzar.
Duelarme y seguir viva y buscarme para perderme y llegar al fondo de mí y todo eso y quizá volver a escribir poemas, abandonar el pudor, amigarme con esa foto en el jardín de nuestra casa comunitaria en la que muestro las tetas con un casco de star wars, abandonar la pretensión de ser pulcra, hacer las paces con la parte más interesante del dolor y ponerle un freno a la seducción de ese yo imposible y estanco que ya empezaba a oler a cloaca. Escribir ese libro de cuentos en el que estoy pensando, volver a escribirle cartas a mis amigas, permitirme la cursilería y preguntarme dónde de mí está todo eso que fue y ya no es, escribir esta carta sin saludarte y sobre el final decirte hola, amigue, ¿cómo estás?